domingo, 10 de marzo de 2013

Rosario

A partir de esta entrada el blog tomará una tónica distinta. Después de leer el libro de Luca Caioli quise compartirlo en esta vía con todos los lectores porque es una biografía extensa y completa que pienso que todos deben leer. Sin más, prosigo con el primer capitulo: Rosario.




«Compro nalga o un trozo cuadrado. Son cortes de carne que he visto también en Barcelona, pero no sé cómo se llaman. A cada bife le pongo un poco de sal, lo paso por el huevo batido y lo rebozo de pan rallado. Los frío hasta que estén bien doraditos y los pongo en un plato para el horno. Corto la cebolla en juliana y hago el refrito. Cuando la cebolla se ha blandeado añado el tomate triturado, un poco de agua, sal, orégano y una pizquita de azúcar  Y lo dejo en el fuego unos veinte minutos. Una vez hecha la salsa la pongo por encima de cada bife, cubriéndolos bien. Saco de la heladera un queso crema o un queso de barra y lo coloco a cucharadas o a rodajitas finas sobre los bifes. En el horno los dejo hasta que el queso se derrite. Sólo falta freír las patatas que los acompañan, la milanesa a la napolitana ya está lista para servir.»

Celia describe, con la pasión y experiencia de una buena cocinera, el plato preferido de su hijo, Lionel Messi.

«Cuando voy a Barcelona se lo tengo que preparar dos o tres veces por semana. Y de bifes, medianos, come al menos tres. Yo le tomo el pelo y le digo "es mi milanesa a la napolitana y mi mate lo que te hacen meter tantos goles". Es verdad: cuando marcó tres al Real Madrid, yo estaba allí preparándole la comida que más le gusta y el mate cocido por la noche.» Tiene unos gustos gastronómicos sencillos, Lionel: milanesa, pero ni con jamón dulce ni a caballo (dos huevos fritos por encima), pollo con salsa de pimiento morrón y cebollas, tomates con orégano. No le gustan demasiado los platos elaborados, como los que cocina su hermano Rodrigo, pero ya se sabe, Rodrigo es cocinero y su sueño es abrir, tarde o temprano, un restaurante. Es lógico que experimente y pruebe nuevas recetas, aunque su hermano menor no siempre las aprecia. ¿Goloso? «Sí, a Leo le encanta el chocolate y los alfajores, cuando vamos a España tenemos que llevarle cajas y cajas para que tenga siempre una buena reserva.» Cuenta la leyenda que, de pequeño, cuando un entrenador le prometió un alfajor por cada gol marcado, consiguió zamparse ocho en un solo partido. Menudo atracón.

Delante de un café con leche en el bar La Tienda, en la avenida San Martín de Rosario, la madre del número 10 del Barça habla de buena gana de este hijo suyo conocido por el mundo entero. Pelo negro, una sonrisa delicada y ciertos rasgos del rostro que recuerdan a Leo (aunque ella se ríe y dice que se parece en todo a su padre), Celia María Cuccittini Oliveira de Messi, tiene una voz suave. Mientras habla, a menudo busca con la mirada a Marcela, su hermana, sentada justo delante de ella. La más pequeña de la familia Cuccittini también es madre de futbolistas: Maximiliano juega en México, en el Cruz Azul; Emanuel juega en Alemania, en el TVS 1860 München; y Bruno crece en la escuela de fútbol Renato Cesarini, de donde han salido jugadores como Fernando Redondo y Santiago Solari. Marcela Cuccittini de Biancucchi es la madrina de Leo y su tía preferida. Es en su casa donde se refugia cuando vuelve a Rosario. «Tenemos que ir a buscarle o llamarle por teléfono para saber algo de él, pero claro, mi hermana lo mima», dice Celia. «Y luego está Emanuel, son inseparables.» De pequeños nunca paraban de jugar a la pelota. «Eran cinco varones: los tres míos, Matías, Rodrigo y Leo, y los dos de mi hermana, Maximiliano y Emanuel. El domingo, cuando íbamos a casa de mi madre, antes de comer, todos salían a la calle a jugar», recuerda Celia. Eran partidos al rojo vivo, a fútbol o a fut-tenis, a menudo Leo acababa volviendo a casa llorando porque había perdido o porque los mayores le habían engañado.

«Precisamente el otro día Maxi me recordaba esos partidos -añade Marcela- y me decía que, cuando todos vuelvan a encontrarse aquí, en Rosario, tiene ganas de jugar un Messi contra Biancucchi, para recordar los viejos tiempos.»

Y los recuerdos nos traen a la abuela Celia: sus deliciosos manjares, y las pastas, las reuniones familiares del domingo y la pasión por el fútbol. «Era ella la que acompañaba a los chavales a los entrenamientos. Era ella la que insistía para que dejaran jugar a mi Lionel aunque no tuviera la edad, aunque fuera el más pequeñito y menudo. Porque -dice Celia- siempre ha sido chiquito. Tenían miedo de que lo pisaran, de que se hiciera daño, pero ella no, insistía: "Tocarla a Lionel, tocarla al chiquitín  él sí que mete goles". Fue ella la que nos convenció para que le compráramos los botines de fútbol. Es una lástima que hoy no pueda verle. Murió cuando Leo tenía 10 años, pero quién sabe si, desde allá arriba, o donde esté, ve en qué se han convertido y es feliz por ese nieto suyo al que tanto quería.»

Pero, ¿cómo empezó Leo a jugar al fútbol, de quién aprendió, de dónde le viene tanta habilidad, es cuestión de genes? «No lo sé, de su padre, de sus hermanos, de sus primos. En la familia, el fútbol nos ha gustado siempre. Yo también soy una apasionada. ¿Mi ídolo? Maradona. Su carrera, sus goles los he vivido con mucha pasión. Era una barbaridad lo que hacía en la cancha. Cuando lo conocí le dije: "Espero que mi hijo un día sea un buen futbolista y que tú puedas dirigirlo".» Y mira por dónde... ahora Maradona es el seleccionador nacional.

Una pausa en la narración: el móvil, sobre la mesa, empieza a sonar. Celia se disculpa, se aleja y responde. Mientras tanto, Marcela vuelve al pequeño Leo: «Era increíble, no tenía todavía cinco años y ya tocaba la pelota como nadie. Le gustaba, no paraba. Pegaba cada pelotazo contra el portón de casa, que muchas veces los vecinos le pedían que aflojara un poco.»



Celia ha apagado el móvil, se sienta y asiente con la cabeza. «El peor castigo con el que amenazaba a Leo era: hoy no vas a prácticas. "No mamita, no por favor, lo voy a hacer todo bien, no te preocupes, te lo juro... déjame ir a jugar." Suplicaba e insistía hasta que me dejaba convencer. Leo no era un niño caprichoso ni tampoco un golfillo, ha sido siempre buen chico, calladito y tímido, como es todavía hoy.» ¿De verdad? «Sí, de verdad. Él no se da cuenta de la fama. Cuando regresa a Rosario quiere venir a pasear por aquí por la avenida San Martín, con su primo Emanuel. Cuando le decimos que no es posible, que acá la gente de su barrio al verlo se pone eufórica y no lo dejaría ni dar dos paso, le entra el mal humor. No lo comprende, se enfada. En Barcelona, él va a El Corte Inglés con sus zapatillas y ropa de deporte. Ronaldinho muchas veces le tomaba el pelo y le preguntaba si no esta loco por ir así de paseo. Él no ha tomado conciencia de quién es. Por eso, ser famoso, firmar autógrafos o hacerse fotos con los aficionados no le pesa. Algunas noches, cuando regresa a casa después de mucho tiempo o cuando voy a verlo, me tiendo a su lado en la cama. Charlamos, le acaricio el pelo, le cuento cosas y le digo medio en broma: "Cuánto darían muchas chicas por estar así aquí, a tu lado". Él pone una cara extraña y me dice: "No digas tonterías mamá".»

En las paredes del bar hay camisetas de jugadores argentinos. Enmarcada bajo un cristal está también la de Leo, con el número 30 del Barcelona. «No saben que soy su madre aunque vivimos en el barrio», comenta Celia, una mujer que huye de la fama, muy consciente de los riesgos que conlleva la celebridad, y que tiene claras las prioridades en su vida y en la de sus hijos. Muy bien, pero, ¿cómo se siente siendo la madre de un crack? «Orgullosa, muy orgullosa. Abrir el diario y ver, tanto acá como en España, una nota sobre él o ver la camiseta colgada con su nombre, o niños que la llevan... me enorgullece. Así como me hace daño escuchar críticas sobre su juego o noticias falsas sobre su vida. Te toca en lo profundo del alma cuando alguien te llama y te dice: ¿Has visto eso, has visto lo otro? ¿Leo? Muy pocas veces lee lo que escriben de él. Si se da cuenta, no le da importancia. Pero esto no quiere decir que no haya pasado por temporada muy duras. Él también ha tenido sus bajones cuando estuvo lesionado, fuera de la cancha por meses, cuando las cosas no le salen como él quiere. Yo en estos momentos no lo pienso dos veces, agarro las maletas y me voy a Barcelona a ver que le pasa, a estar cerca de él, para cuidarlo todo lo posible. Leo siempre ha sido un chico que se guarda dentro los problemas, pero al mismo tiempo siempre ha sido muy maduro para su edad. Recuerdo que cuando le planteamos la posibilidad de regresar a Argentina, él me dijo: "Mamá no te preocupes, yo me quedo, vosotros iros, Dios nos ayudará". Tiene muchísima fuerza de voluntad.»

Vuelve a hablar del éxito, de la gente que enloquece con la Pulga a los dos lados del charco. «La cosa que más me gusta es que la gente lo quiera -dice Celia-. Lo quiere, yo creo, porque es sencillo,humilde, buena persona. Piensa siempre en los demás y se preocupa de que todos los que están a su alrededor estén bien: sus padres, sus hermanos, sus sobrinos, sus primos. Siempre está pensando en su familia. Es cierto, yo soy su madre y una madre cuando habla de sus hijos, la luz de sus ojos, solo puede decir cosas buenas, pero Leo tiene un corazón enorme.»

¿Cómo ve una madre el futuro de su hijo? «Futbolísticamente le deseo que haga historia como Pelé, como Maradona, que llegue lejos, muy lejos. Pero sobre todo, como madre, le pido a Dios que sea feliz, que forme una familia, que viva la vida, porque él todavía no ha vivido. Se ha dedicado y se dedica al fútbol en cuerpo y alma. No sale, no hace muchas cosas que hacen los jóvenes de su edad. Por eso le deseo que tenga una vida maravillosa. Se lo merece.»

Fuera de la gran cristalera, el cielo ha oscurecido. El tráfico se ha vuelto más caótico: autobuses, furgonetas desvencijadas, coches que dejan tras de sí una nube de humo, un carro tirado por un jamelgo cargado de chatarra y un montón de gente que se dirige en masa a las tiendas y a las paradas de transporte público. Celia tiene que regresar, en casa la espera María Sol. Marcela debe ir a buscar a Bruno a la escuela de fútbol. Llueve y Celia insiste en querer acompañar a sus huéspedes de regreso al centro. Va a buscar el coche. En la puerta, todavía unas últimas palabras con Marcela acerca de los miedos de una madre. Las lesiones, el dinero que puede subirse a la cabeza. «Por ahora, mis hijos, y Leo, no han perdido el sentido de la realidad. Yo, mi familia y también la de mi hermana, vivimos en el mismo barrio donde nacimos, en la misma casa de siempre, no hemos cambiado de zona, no hemos querido dejar nuestras raíces, y los chicos siguen siendo los mismos. Espero que no cambien nunca. Que no les pase como les ha pasado a otros futbolistas, que con la fama se han perdido.»

Un Volkswagen gris se detiene junto a la acera. Celia conduce rápido por las calles de la zona sur de Rosario. Pasa por delante de la escuela donde iba Leo y comenta: «No era buen estudiante, era un poco vago.» Gira a la derecha delante de la pared del Tiro Suizo, un club polideportivo fundado en 1889 por inmigrantes del cantón del Tesino. Dos chiquillos no se dan cuenta del coche, están demasiado ocupados, con el balón entre los pies, driblándose. «Así era Lionel», dice Celia.

Cita del capitulo I del libro "Messi: la historia del chico que se convirtió en leyenda" escrito por Luca Caioli.


Twitter: @LuiisValor

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